Descubrí el universo de las criptomonedas y los NFT hace 6 años, en una época en la que me encontraba inmerso en el mundo de la ciberseguridad, trabajando para una consultora especializada en el tema.
⚠️ Advertencia: ⚠️ Lo que viene a continuación podría considerarse demasiado ‘humo’.
En aquel entonces, me asignaron a un proyecto con un cliente del sector público, el cual demandaba un servicio de vigilancia de ciberamenazas durante las 24 horas del día, los 365 días del año, en su Centro de Operaciones de Seguridad (SOC, por sus siglas en inglés).
Mi título oficial era analista Senior de Inteligencia Operativa.
Sí, lo admito, suena mucho más intrigante y lleno de acción de lo que en realidad era.
La verdad es que, pese a las expectativas, la tarea resultaba tan monótona que prácticamente cualquier ser con un mínimo de capacidad analítica y el entrenamiento adecuado podría haberla ejecutado sin mayor esfuerzo.
Mi día a día se reducía a contemplar solitariamente un gigantesco videowall, en espera de un evento extraordinario.
Un evento que, he de confesar, nunca llegaba.
¿Qué tenía que pasar para que no me aburriera tanto?
Para inyectarle algo de emoción a mis jornadas, lo único que deseaba era que en aquella inmensa pantalla aparecieran alertas capaces de desencadenar incidentes de ciberseguridad.
Durante mis maratónicas guardias de 12 horas, esa era mi cruzada.
Me tocaba el turno diurno, de 8 a.m. a 8 p.m., mientras que otro colega se encargaba del nocturno, cubriendo las horas de 8 p.m. a 8 a.m.
Al finalizar cada turno, realizábamos una breve sesión de traspaso de información, por si acaso algo digno de mención había ocurrido.
Fue en uno de estos intercambios cuando crucé caminos con quien se convertiría en el personaje central de esta narrativa: mi compañero Carlitos, mejor conocido en nuestros círculos como el CRIPTOBRÓ.
¿Quién era el CRIPTOBRÓ?
Criptobró era el nuevo en la oficina, un joven de apenas 21 años que, por su aspecto juvenil y algunas marcas de adolescencia aún visibles en su rostro, más los brackets que adornaban su sonrisa, podía confundirse fácilmente con un estudiante de secundaria.
Si no fuera por el código de vestimenta formal que le exigía la empresa, uno jamás adivinaría su edad real.
Este compañero irradiaba entusiasmo por la vida, aunque también destilaba una peculiaridad que lo hacía único.
Lo consideraba un chico astuto, especialmente dotado para el hacking, situándose bien por encima del promedio en esta área.
Criptobró compartía conmigo, en nuestros breves encuentros de cambio de turno, cómo había logrado manipular las máquinas expendedoras y hasta los patinetes eléctricos de algunos colegas, controlándolos a distancia desde su móvil.
En esas charlas fugaces, me revelaba fragmentos de su vida: sus tardes jugando cartas Pokémon con el hijo de su pareja, sus días en un reformatorio, sus victorias en torneos de ajedrez enfrentando a rusos, y más.
Pero de todas sus aventuras, la que narraba con mayor fervor era su incursión en el mundo de las criptomonedas: las CRIPTOS.
Hablaba con pasión sobre apalancamientos, puntos de ruptura, gráficos de velas, la promesa de ir «to the moon» y, por encima de todo… IOTA.
¿Qué es IOTA?
La verdad es que no estoy del todo seguro.
Es decir, no poseo todos los detalles técnicos.
Déjame compartirte lo que Criptobró me decía una y otra vez, casi convirtiéndose en un evangelista de IOTA:
– «Supera con creces al Bitcoin.»
– «Te catapultará hacia la riqueza.»
– «Facilita las transacciones entre dispositivos conectados a internet, de ahí su nombre, inspirado en IoT (Internet of Things).»
– «Se basa en la tecnología Tangle, que, en palabras de Criptobró, es superior a la blockchain por un amplio margen.»
Y así continuaba…
Honestamente, toda esta charla me dejaba más confundido que convencido.
Me asaltaban las dudas, una tras otra, mientras escuchaba sus mantras cripto.
Sin embargo, a pesar de las incertidumbres, acabé «invirtiendo» mi bonificación de diciembre en la prometedora IOTA.
Unas semanas después…
¡Ahora todo estaba claro!
Mis últimas dudas se disiparon: Criptobró había cruzado definitivamente el umbral hacia la locura.
Me relataba, con un brillo peculiar en los ojos, cómo un conocido de un conocido había amasado una fortuna comerciando con imágenes digitales de felinos.
Exacto, estábamos hablando de NFTs felinos, bautizados como «CriptoGatos».
– «¡Jamás gastaría mi dinero en ese tipo de tonterías!»
Dudaba seriamente de su cordura si realmente creía que iba a tragarme esa historia de gatos digitales…
¿QUE PASÓ FINALMENTE?
Queridos amigos, os presento a los felinos que serán mi boleto hacia una temprana jubilación:
Me complace anunciar que cada uno de estos tesoros está disponible para su adquisición a un precio de venta al público de 115.000,00* €, más IVA.
Si estás interesado en hacerte con uno, te invito a expresar tu interés dejando un comentario en este post.
Continuará…
PD: Durante la época en que se desencadenaron estos acontecimientos, cinco de mis amigos también se aventuraron en la compra de IOTA, siguiendo mi recomendación. A todos ellos, les envío un cordial saludo desde estas líneas.
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