En este post te voy a contar una visión que tuve de pequeño, un sueño skater por cumplir que empezó con un videojuego.
La Desilusión de un Videojuego
Mi aventura se remonta a finales de los años 90, armado con mi primera consola, la Playstation 1, devoraba revistas especializadas en videojuegos en busca de los títulos más recomendados.
Así fue como me topé con Final Fantasy VII, un juego que brillaba con una calificación perfecta: un incontestable 10/10.
El precio, 10.000 pesetas, representaba una pequeña fortuna para mí, pero la expectativa de sumergirme en su universo justificaba cada centavo ahorrado.
Sin embargo, la realidad no estuvo a la altura de mis expectativas:
– «¿Cómo es posible que no pueda dar espadazos, si el héroe de la portada tiene una imponente katana a sus espaldas?»
La desilusión fue inmediata.
Aquellas 10.000 pesetas, fruto de un ahorro constante, parecían desperdiciadas en un título que distaba mucho de lo que mi imaginación había construido.
No obstante, la fortuna me sonrió cuando una tienda de videojuegos cerca de mi colegio me permitió cambiarlo por otro título, asumiendo un coste adicional de 2.000 pesetas.
Con un total de 12.000 pesetas invertidas, la presión por hacer una elección acertada era abrumadora.
¿Lograría esta vez encontrar el juego que cumpliera con todas mis expectativas?
El Juego de mi Infancia: Tony Hawk Pro Skater
La respuesta fue un rotundo sí. Tony Hawk Pro Skater no solo cumplió, sino que superó cada una de mis expectativas.
Velocidad, acrobacias imposibles y una banda sonora punk indie que rápidamente se convirtió en la banda sonora de muchas de mis tardes.
Las horas se evaporaban mientras perfeccionaba cada truco, desde los kickflips hasta los grinds, sintiendo la emoción de ejecutar combinaciones perfectas y obtener puntuaciones récord.
Esa experiencia digital desató en mí el deseo irrefrenable de llevar esos trucos del mundo virtual al asfalto real.
Para mi siguiente cumpleaños, no había duda sobre qué pedir: un skateboard.
La transición de los trucos digitales a la realidad física fue un desafío mayor que marcó el inicio de un sueño que aún no se ha cumplido.
Mi Primer Skateboard y un Truco Algo Complicado
El deseo de llevar los trucos virtuales de Tony Hawk Pro Skater al mundo real se topó con el crudo asfalto de la calle, ofreciendo una lección de humildad.
De la amplia gama de acrobacias disponibles en el juego, sólo el ollie, un salto básico con la tabla adherida a los pies, parecía estar a mi alcance, y aun así requería de una dedicación incansable.
El proceso fue lento y arduo, y los ollies que lograba apenas levantaban un palmo del suelo, una sombra de los movimientos elegantes que ejecutaba en el videojuego.
Atribuí la limitada altura de mis ollies a la pesadez de mi tabla, que no era comparable a las profesionales en ligereza y calidad.
Sin embargo, más que desear una nueva tabla, un pensamiento inesperado tomó forma en mi mente. Lo recuerdo tan vívido como si fuera ayer:
– «Cuando mi hijo tenga mi edad, le compraré una tabla ligera para que pueda alcanzar grandes alturas con sus ollies, y yo le enseñaré cómo se hacen»
Esta determinación nacía de la profunda satisfacción y alegría que sentí al lograr, tras innumerables intentos fallidos, mi modesto ollie.
Sin quererlo, el logro de conseguir un ollie reforzó una de mis creencias más arraigadas: los triunfos más dulces son aquellos que exigen esfuerzo y persistencia.
El Sueño Skater: Mirando hacia el Futuro
Casi un cuarto de siglo ha transcurrido desde aquel anhelo infantil de compartir el arte del ollie con un hijo que no había nacido.
A lo largo de los años, cada vez que mis ojos capturan una patineta, ese deseo ancestral resurge y vuelvo a pensar:
– «Cuando mi hijo cumpla 10 años, le enseñaré a hacer un ollie.»
El tiempo, implacable y veloz, está acortado las distancias hacia ese momento.
Reconozco que podría ser una ilusión; quizás el skateboarding no despierte en mi hijo el más mínimo interés. No obstante, lo que realmente anhelo transmitirle no es sólo una habilidad sobre la tabla, sino la profunda satisfacción que embarga el superar un reto personal, independientemente de cuál sea este.
Durante todos estos años de espera, las pocas veces que mi motivación para hacer ejercicio ha flaqueado, me he recordado a mí mismo:
– «Necesito estar en forma para el día en que le enseñe a mi hijo a hacer ollies.»
Ese día, si es que llega, me encontrará con 40 años.
Hoy, a tan solo 6 de distancia, ese sigue siendo mi sueño de skater aún por cumplir.
¿Y tú? ¿Has tenido una visión de pequeño con tu hijo? Espero tus historias en los comentarios.
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