Recién graduado de la universidad, con toda la ilusión del mundo, me disponía a buscar un trabajo.
Encontré una oferta interesante, investigué la web de la empresa, estudié a la persona que publicó la oferta, planché mi mejor traje y me aseguré de que hasta el último detalle estuviera perfecto.
El día de la prueba llegué puntual, a la hora acordada: las 10 de la mañana.
Me hicieron rellenar un formulario y me sentaron en la sala de espera.
5 minutos.
10 minutos.
Desde la sala escuché claramente a mi evaluador en una llamada. Sin prisa, sin intención de terminar rápido para atenderme.
A los 15 minutos apareció y me dijo:
— Perdón el retraso, tenía una call.
— No pasa nada, suerte con el siguiente. Adiós.
Me di media vuelta y me fui por donde había llegado.
El reclutador, ahora sí disculpándose realmente, me siguió:
— No, no, perdona, no te vayas. Hablemos.
— No, gracias. No me interesa.
Porque si a las primeras de cambio no respetan tu tiempo, ¿qué te hace pensar que te van a respetar después?
Muchos dirán: “¿Y si la llamada que tenía era importante?”
Me da igual. En la vida, si tú no te respetas, nadie lo hará. Si tragas con esto a las primeras de cambio, imagina lo que te harían como empleado.
Quien muestra necesidad, pierde el respeto y la autoridad. Y al necesitado, como dice la Biblia, hasta lo poco que tiene se le quitará.
Te quieren hacer creer lo contrario, pero la realidad es que en este mundo hay más oportunidades que longanizas. Compórtate como alguien que lo sabe y seguro todo te irá mejor.
Y recuerda: la mejor inversión que puedes hacer es en ti mismo. Por eso mi libro es para ti:
Abrazo.