Imagínate a un joven Elvis Presley, con la voz temblorosa, tartamudeando ante un productor de una discográfica:
—Eh… bueno… yo… me gustaría, si fuera posible… que me dieran una oportunidad para… en fin… cantar y bailar…
¿Le hubieran dado la oportunidad? Lo más probable es que no. Nadie respeta a quien no se respeta a sí mismo.
Pero eso no fue lo que pasó. Elvis no mendigaba reconocimiento. Se subía al escenario con la actitud de una estrella mucho antes de que el mundo lo viera como tal.
Se movía como Elvis, cantaba como Elvis y tenía la presencia de Elvis cuando todavía no era nadie.
Muchos piensan al revés. Creen que la seguridad viene después del éxito:
– “Cuando tenga un cuerpo fit, me sentiré seguro.”
– “Cuando tenga más experiencia, me tomarán en serio.”
– “Cuando gane más dinero, podré ser generoso.”
– “Cuando tenga más seguidores, me atreveré a hablar con autoridad.”
Y es justo al revés. Primero te comportas como la persona que quieres ser y luego el mundo te lo reconoce.
Nadie te va a dar el permiso para ser alguien. O te lo das tú o mueres esperando.
Y cosas así lo aprendes aquí:
El libro que se merienda con patatas a cualquier best seller de autoayuda.
Abrazo.