Hace unos años, un actor se moría de miedo en cada audición.

El hombre tenía un tic nervioso en los labios, tartamudeaba cuando hablaba en público y no soportaba verse en el espejo porque no le gustaba su cara.

Él sentía que no encajaba en la gran pantalla.

Era solo otro tipo inseguro más en una ciudad llena de tipos inseguros.

Pero en una audición, cansado de fracasar, decidió actuar como si fuera el tipo más duro del mundo.

En vez de tartamudear como siempre, habló despacio.

En vez de evitar la mirada del director, le sostuvo la vista hasta que el otro apartó la suya.

El personaje que estaba interpretando era un gánster sin miedo. Y de tanto fingir que era así, se convirtió en ese hombre.

Su tic nervioso en los labios se transformó en su famosa mueca de tipo duro.

Su inseguridad al hablar se convirtió en su icónica voz pausada, que hacía que cada palabra pareciera una sentencia de muerte.

Estoy hablando del gran Humphrey Bogart.

Él no dejó de ser inseguro. Simplemente, su mentira y la verdad se mezclaron hasta que dejaron de ser distinguibles.

Y así funciona la vida. La diferencia entre “parecer seguro” y “ser seguro” no existe.

Si actúas como alguien que domina la situación, la gente te tratará como tal. Y cuando el mundo empiece a responderte como si fueras esa persona, terminarás siéndolo.

Humphrey lo tenía claro. Más claro, agua.

Y más claro que el agua:

Claridad Ancestral

Un libro que no se lee, se absorbe.

Abrazo.