Había una marca de cerveza americana a punto de quebrar: Schlitz.
En ese momento, era una más del montón. Estaba en la cuerda floja y necesitaba algo grande para no desaparecer.
Llamaron a un publicista: Claude Hopkins. Un genio del marketing.
Lo primero que hizo fue visitar la fábrica.
Allí le explicaron cómo hacían la cerveza: cavaban un agujero de 1.200 metros para conseguir agua pura. Pero como no era suficiente, seguían cavando hasta los 1.800 metros, donde el agua salía cristalina.
Filtraban, esterilizaban, refrigeraban, repetían el proceso…
Mil controles de calidad.
Hopkins se quedó fascinado. Y propuso: “Vamos a contar esto en el anuncio”.
¿La respuesta?
“No sirve de nada. Todas las cerveceras hacen lo mismo”.
Y era verdad.
Pero Hopkins insistió.
Porque hay una diferencia abismal entre hacer algo… y contarlo.
Que si no lo cuentas, no existe.
La campaña salió.
Y fue un éxito rotundo.
La gente empezó a creer que Schlitz era la más pura, la más comprometida, la más seria.
Aunque todas hicieran lo mismo, solo una lo decía.
En poco tiempo, Schlitz pasó de estar a punto de morir… a convertirse en una de las cervezas más vendidas de Estados Unidos.
¿Y tú?
¿Vas por la vida esperando que te descubran?
¿O vas a empezar a contar quién eres, qué haces, y por qué eres distinto?
Porque si tú mismo no te das a conocer, es como si no existieras.
Tú, y solo tú, eres tu mejor inversión. Por eso, lo mejor que puedes hacer es leerte esto:
Abrazo.