Suena la alarma. El Señor Postergón la detiene.

Podría levantarse. Podría empezar el día con propósito.

Pero no.

Prefiere quedarse en la cama cinco minutos más.

Porque es un egoísta.

Va a la cocina. Podría desayunar algo decente.

Un huevo duro. Un plátano. Algo nutritivo.

Pero no.

Se zampa un paquete de galletas.

Porque es un egoísta.

Conduce al trabajo. Tiene media hora para aprender algo útil.

Un podcast. Un audiolibro. Una charla…

Pero no.

Pone Los 40 lamentables.

Porque es un egoísta.

Llega a la oficina. 100 correos lo esperan.

Podría ponerse con ellos. Dar ejemplo.

Pero no.

Abre la web del AS.

Porque es un egoísta.

Después del trabajo… ¿gimnasio?

Podría ir a ponerse fuerte.

Pero no.

Va al pádel con Don Mediocrez.

Una selfie y un par de raquetazos.

Vuelve a casa sintiéndose campeón.

Ni se acuerda que no puede hacer ni media triste dominada.

Ni le importa.

Porque es un egoísta.

Egoísta por evitar lo incómodo.

Egoísta por vivir bajo el mínimo esfuerzo.

Egoísta por renunciar a una mejor versión.

Y claro: nadie se lo va a decir.

El mundo aplaude su mediocridad porque así no se sienten retratados.

Así no pierden. Así nadie gana. Así todos contentos.

“Está bien relajarse pedir un Glovo y ver Netflix” te dirán.

Mentira. Eso es ser egoísta.

Y aquí estoy yo para recordártelo, amigo.

Porque yo sí quiero que ganes.

Por eso aquí te aporto y aportaré alto valor. Como esto:

[ LIBRO ] Claridad Ancestral (12,95 €)

Puedes leerlo o pasar y hacer lo que te diga la mayoría.

Abrazo.