Hace aproximadamente dos años se me cayó el móvil al suelo.
Resultado: un píxel muerto en la pantalla.
Sí, los píxeles mueren. Cada uno es como una bombilla diminuta. Y cuando uno se apaga normalmente arrastra a los de su alrededor como un yonki.
En mi caso, quedó una diminuta mancha parecida a un grano de arroz de paella negra.
Y ahí sigue. Inofensiva. Ni la noto por la costumbre.
¿Pero qué pasa siempre cuando alguien me ve el móvil?
— ¿Qué es esto?
— Unos píxeles muertos.
— ¡Oh! ¿Y no te lo cambias? ¿Y no usas protector? ¿Y no sabes que ya van por el iPhone 16?
Me hablan con una mezcla de compasión y tristeza.
Es ridículo.
Es como ver un perro triste porque a su correa de diamantes falsos se le ha caído uno.
Espabilad.
Me cambiaré el móvil cuando Apple deje de actualizar mi modelo. No antes.
Y sí, volveré a comprarme el de menor capacidad, porque todas mis apps caben en una sola pantalla.
¿Cómo es posible? Fácil: no instalo basura. Ni juegos para petar bolas, ni apps para ver bailes estúpidos.
Y no. Obviamente no pagaré cuotas para renovar un móvil a plazos.
Lo pagaré al contado y lo amortizaré durante toda su vida útil, como haría cualquier persona inteligente.
¿O es que tú crees que si Séneca viviera pensaría: “ojo, que tengo que estar atento a vender el iPhone en Wallapop antes de que se deprecie mucho para así poder comprarme el nuevo”?
Vaya ridiculez.
Aquí te dejo una mejor inversión para ti, porque sé que tú sí piensas más allá:
Abrazo.