José es el típico trabajador ansioso por impresionar.
Se ha aprendido cuatro palabros en inglés y los suelta en cada frase.
“Hay que hacer un approach diferente para maximizar el engagement y conseguir un win-win”.
Su audiencia asiente, pero en su cabeza solo hay una pregunta: ¿qué narices ha dicho este tío?
José cree que suena sofisticado pero la realidad es que denota inseguridad.
La gente que de verdad tiene algo valioso que decir lo hace en el idioma en el que su audiencia lo entiende.
No es necesario disfrazar lo simple con anglicismos o palabras grandilocuentes.
Piénsalo: un doctor con prestigio no te dice que tienes un nasopharyngeal viral infection. Te dice que tienes un resfriado común. Sabe que su autoridad no depende de adornos lingüísticos, sino de su conocimiento.
El lenguaje es una herramienta. Y como cualquier herramienta, si la usas mal, te perjudica.
Usar anglicismos innecesarios no te hace parecer más inteligente. Te hace parecer alguien desesperado por darse importancia. Y cuando la gente huele eso, desconfía.
Habla claro. Habla simple. Y, sobre todo, habla para que te entiendan.
Porque la confianza no viene de parecer sofisticado, sino de ser directo y elocuente.
La claridad primero:
Abrazo.