En este post voy a compartir una historia de cuando tenía 12 años. Recuerdo con cariño esa etapa: una infancia plena y feliz, una familia unida, amigos leales y mi primo, casi de mi edad, con quien compartía innumerables aventuras.
Sin embargo, hubo un breve periodo marcado por una persistente, enigmática e inesperada tos.
El Enigma de la Tos Inesperada
Inexplicablemente, comencé a toser más y más, hasta el punto de que mi garganta ardía y picaba por la tos seca e incontrolable.
La Primera Consulta Médica
Preocupada, mi madre me llevó al médico, aunque para entonces la tos había cesado temporalmente. «Este niño está perfectamente sano», nos aseguró el doctor, sin encontrar nada anormal.
Mi madre, aunque algo aliviada, seguía sin estar completamente convencida.
El Regreso de la Tos
La tos volvió con más fuerza, provocando la exasperación y preocupación de quienes me rodeaban.
La Segunda Opinión Médica
En una segunda visita, el diagnóstico fue el mismo: «No le pasa nada, solo está nervioso.» Mi madre estaba incrédula; después de todo, ¿cómo podría estar nervioso si llevaba una vida tan plena y feliz?
La Revelación de la Tos Inesperada
Fue mi padre quien, con su perspicacia, descubrió la verdadera causa de mi tos: el FÚTBOL. Eran tiempos difíciles para el Barça y, sin darme cuenta, había internalizado esa tensión y frustración, manifestándose en mi persistente tos.
La Enseñanza de Vida de mi Padre
Mi padre, alejado ya de la pasión por el fútbol, compartió conmigo una perspectiva que cambiaría mi manera de ver el deporte y, en cierta medida, la vida:
«Andrés, no te dejes absorber por el fútbol. Admira a los jugadores por su dedicación y esfuerzo, pero recuerda que tienes TUS propias victorias que celebrar».
Esa conversación fue un punto de inflexión. La tos desapareció como por arte de magia, y mi visión sobre el fútbol y la vida tomó un nuevo rumbo.
Mirando hacia el Futuro
Hoy en día, disfruto del fútbol desde una perspectiva más madura y equilibrada, admirando el talento y la dedicación de los jugadores sin dejar que afecte mi bienestar emocional.
Gracias, papá, por esa valiosa lección. Es un legado de valores que espero pasar también a mi hijo.
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